UNA CRUZADA, UN NOBLE Y UN CASTILLO EN LA FRONTERA DE MOYA.

por Guillermo de León y Luis Mombiedro.

1996. Actualizado a marzo de 2001.

 

 I. La cruzada de 1219 y sus secuelas. II. La Reconquista eclesiástica. III. Serrella: primeras fuentes. a) Los términos de Daroca; b) Una geografía de al-Idrisi; c) Conquista de 1210. IV. Buscando Serrella. V. Gil Garcés de Azagra. VI. Final de Serrella. VII. Gil Garcés II.

 

              Las fronteras de la tierra de Moya en el primer tercio del siglo XIII registran la confluencia de diferentes poderes: por el lado cristiano, Aragón y Albarracín, que chocan entre sí en ocasiones; algo más apartado, el señorío autónomo de Molina casi confinaba con la tierra de Moya y se enfrentó en su momento con Castilla; los musulmanes valencianos, disidentes del poder marroquí entre 1224 y 1227, se polarizan desde 1229 por la rivalidad entre Abuceit y Zayyan b. Mardanis. A esto se añaden, en el plano eclesiástico, diversas fricciones que enfrentaron a diócesis con diócesis cuando no a metrópoli con metrópoli. De esta última raíz, la eclesiástica, nacen, dentro del complejo marco esbozado, los hechos que se tratan en el presente trabajo. La cruzada del título es la que emprendió el arzobispo toledano Jiménez de Rada contra la Valencia musulmana en el otoño de 1219; el noble es Gil Garcés de Azagra, que gestionó por encargo del arzobispo las conquistas de la cruzada; el castillo es Serrella, una de las fortalezas tomadas y encomendadas a Garcés; citada en fuentes cristianas y musulmanas desde mediados del siglo XII hasta el primer cuarto del XIII, su exacta ubicación permanece desconocida.

 

I. La cruzada de 1219 y sus secuelas.

En noviembre de 1221 el arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada hizo en Toledo un contrato de infeudación con su primo Gil Garcés de Azagra y con la esposa de éste, Toda Ladrón. Rada cedió a Gil "in perpetuum feudum" tres fortalezas, "sanctam Crucem, Miram, et Serrelam" 1. El origen de estas posesiones arzobispales se remonta a la cruzada emprendida contra Valencia en 1219 por Rada, que había sido nombrado legado pontificio el año anterior:

"El arzobispo D. Rodrigo de Toledo fizo cruzada, e ayunto entre peones e caballeros mas de ducentas veces mil, é entró á tierra de moros de part de Aragon dia de S. Matheus Evangelista, é priso tres castiellos, Sierra, é Serresuela, é Mira. Despues cercó á Requena dia de S. Miguel, é lidiaronla con almagenequis, e con algarradas, e con delibra, é derrivaron torres, é azitaras, é non la pudieron prender, é murieron y mas de dos mil christianos, é tornaronse el dia de san Martin, era MCCLVII." 2

 En el documento latino de 1221 Rada recuerda aquella cruzada y sus exiguas conquistas:

"...damos y concedemos al noble Gil Garcés en feudo perpetuo para sí y para sus legítimos sucesores tres castillos, a saber, Santa Cruz, Mira y Serrela, que en tiempos, con la ayuda de Dios y el auxilio de los cruzados, arrancamos del poder de los sarracenos para el culto de nuestro señor Jesucristo."

Cotejando la relación romance de 1219 (Sierra, Serresuela, Mira) con la latina de 1221 (sanctam Crucem, Miram, Serrelam), cabe la equiparación entre los diminutivos Serresuela y Serrela; la conquense Mira aparece en las dos listas, y sólo la reducción de Santa Cruz (de Moya) a Sierra es problemática. El nombre de Santa Cruz evoca la cruzada, y hay noticias acerca de un culto especial de Jiménez de Rada al Triunfo de la Cruz a raíz de la victoria de las Navas 3. Tal vez Sierra fue el antiguo nombre del lugar, o al menos de su comarca: a principios del siglo XV una amplia zona dentro del término de Santa Cruz, con cinco aldeas, formaba un todo con el llamado Beneficio y Colación de Sierra, peculiar entidad elesiástica moyana, carente de parroquia propia, que englobaba diversos términos de la tierra de Moya, generalmente a lo largo de la frontera 4. El cabildo moyano logró del Papa Luna a través del obispo conquense la confirmación de las aldeas citadas de Santa Cruz como jurisdicción moyana alegando costumbre antigua. Cabe a título de hipótesis plantearse el hecho de que al menos la margen occidental del Turia o buena parte de ella hubiese sido comenzada a repoblar por Moya a partir de 1210, con Sierra como núcleo más destacado (o al menos como una fortaleza así llamada). Un vaivén de frontera no documentado propició acaso su vuelta parcial o total a manos musulmanas entre 1210 y 1219, año en que el arzobispo toledano la gana, le permuta el nombre (Sierra en 1219, Santa Cruz en 1221) y la incorpora a la diócesis segobricence (por entonces aún radicada en Albarracín) hurtándola al obispado de Cuenca y al Cabildo de Moya, que inicia un pleito para la restitución que aún colea a comienzos del siglo XV, con creación en un momento indeterminado de la Colación de Sierra y con el éxito parcial de revertir eclesiásticamente a Moya (al menos sobre el papel) la mayor parte del término de Santa Cruz, dejando como segobricenses a este lado del río a los meros vecinos del núcleo central.

Esta Colación de Sierra, que subsistió hasta pleno siglo XIX, debió ampliarse sucesivamente y nutrirse con los diezmos de tierras que, en sucesivos ajustes fronterizos con Aragón y Valencia (los hubo al menos en 1263 y 1327), fueron adjudicadas a Castilla 5. En referencia al documento de 1406 donde se cita a la "Sierra de dicha Villa [Moya]", todavía en nuestros días "la Sierra" es el nombre que reciben, de un modo inconcreto, las dorsales que desde las estribaciones de la Sierra de Zafrilla, en Salvacañete, ascienden hacia el Alto Talayón y continúan por la Serrezuela de Campalbo, en el límite de Santa Cruz, para enlazar con la Sierra de Mira, cuya máxima cota es el Pico Ranera. Aún hoy la dorsal montañosa sirve para delimitar, muy aproximadamente, los límites provinciales.

  

II. La Reconquista eclesiástica.

Rada, que sostenía un serio litigio con el obispo de Cuenca desde 1218 6, entregó inmediatamente la iglesia de Santa Cruz al obispado de Albarracín 7, su sufragáneo, y en junio de 1220 estaba reivindicando la jurisdicción diocesana sobre la villa de Moya y toda su tierra 8, a la que se había trasladado o iba a trasladarse el arcedianato de Cañete, cambio documentado desde 1221 9 y vinculable a la conversión civil de Cañete en aldea de Moya 10. Los arzobispos de Toledo podían ordenar presbíteros en zonas recién conquistadas y Moya había sido poblada en 1210, año en el que Roma confirmó esa potestad a Rada 11; la conquista de Santa Cruz y la conversión de Moya en arcedianato pondrían de actualidad ese privilegio toledano, sumadas al pleito que desde 1218 había entablado Rada contra el obispo de Cuenca para desdoblar el obispado conquense, que era fruto de la fusión de las antiguas sedes visigóticas de Valeria y Ercávica. Rada pretendía restaurar las dos sedes, sin duda reduciendo el obispado de Cuenca a Ercávica (también citada como Arcávica o Arcábriga, e identificada tradicionalmente a menudo con Arcas, junto a Cuenca) y erigiendo la sede valeriense en Valera (antigua Valeria) o en alguna población más importante de la jurisdicción; ya desde 1190 se pensaba que el arcedianato de Cañete pertenecía a Valeria 12, sede que en la apócrifa Hitación de Wamba tenía Alpuente como frontera 13; la tierra de Moya estaba inclusa en estos límites, y Rada pudo pensar que el amplio arcedianato de Moya y Cañete y la zona de Valera 14 daban rentas suficientes para reponer la diócesis visigótica; el argumento del crecimiento en rentas del obispado es el que exhibe el arzobispo en 1218 al iniciar el pleito de disgregación 15. Una sola comisión arbitró desde el 1 de junio de 1220 la partición de la diócesis y la jurisdicción diocesana de Moya 16. El arzobispo acabó perdiendo ambos litigios 17.

Por encima de formalidades administrativas y legales, materia en la que nunca fue un purista a menos que ello redundase en beneficio propio 18, a lo que apuntó el arzobispo con el plan de desdoblamiento de Cuenca fue a crear una nueva sede fiel y activa en la frontera valenciana, cabeza de puente en su ambición por la silla episcopal de Valencia cuyo teórico metropolitano era el de Toledo pero a la que aspiraba Tarragona 19. La campaña de 1219 tiene el objeto de acercarse a Valencia conquistando precisamente la charnela central del sistema defensivo valenciano, y el pleito de 1218 con Cuenca es una jugada de despacho previa a esa cruzada cuya legación Rada obtiene precisamente por esas fechas 20. El éxito en la cruzada habría dado a Rada un amplio abanico de posibilidades políticas y eclesiásticas, como dueño de los accesos a la huerta valenciana y de una población importante con jurisdicción eclesiástica tradicional imprecisa. Probablemente el litigio conquense se habría decantado a su favor si hubiera conquistado un amplio territorio como baza para la reposición de Valeria, ya que hubiese podido considerar como valeriense a la tierra de Requena 21. Incluso perdiendo el pleito habría podido sustraer Requena al obispo de Cuenca proveyendo como valencianas las colaciones del territorio ganado, como tenía derecho a hacer en espera de que se restaurase la diócesis levantina. Eso le habría colocado en posición de privilegio para reclamar la jurisdicción metropolitana aun en el caso de que los aragoneses tomasen más tarde la ciudad de Valencia 22.

Fracasado ante Requena y renovadas las paces entre almohades y castellanos en octubre de 1221, don Rodrigo ensaya en noviembre una nueva estrategia. Mediante la infeudación con Gil Garcés pretende sacar partido de las modestas ganancias de la cruzada para establecer un pequeño señorío autónomo desde el cual continuar los ataques contra Valencia. Rada sabe que si Jaime I conquista la ciudad antes que él será casi imposible quitar el obispado a la metrópoli tarraconense 23. La ventaja para Rada es que en 1221 el rey Jaime es un niño de 13 años, con Aragón sumido en facciones y banderías.

El arzobispo decide seguir haciendo uso de la legación de Cruzada para legitimar su control sobre las fortalezas, que ya no son tres. Al recibir los castillos de la cruzada, Gil Garcés y Toda Ladrón donan a Rada los de Mora de Rubielos y Valacloche,  y al instante éste se los devuelve en feudo pero sin la carga impositiva de una marca de plata anual que gravaba a los demás. De ese modo el arzobispo queda con cinco castillos en la frontera valenciana, en una situación estratégica excepcional, al cuidado de un tenente de su confianza. El acuerdo estipula que todas las tierras conquistadas o pobladas desde ellos pertenecen a Rada; Garcés debe hospedar a Rada y secundarle si desde los castillos ataca a los musulmanes; no puede hacer treguas que impidan que Rada ataque desde allí; si Rada o sus sucesores quedan incursos en la indignación regia y se refugian en los castillos, Garcés o sus sucesores tienen que acogerlos "reverenter" en ellos 24. Aunque su conquistador es un eclesiástico de Castilla, estos lugares son -sobre el papel al menos- pequeños estados pontificios, al haber sido tomados por un legado papal a moros que se encontraban en paz con Castilla. No son tierra castellana porque se conquistaron sorteando -en virtud de la autoridad papal- una tregua en vigor 25. No obstante, cuando los planes valencianos del arzobispo fracasaron, este pequeño señorío se disolvió sin estrépito: Mora y Valacloche continuaron como parte del reino de Aragón en una sucesión de propietarios, Mira se integró en Castilla, Santa Cruz basculó entre Valencia y Castilla hasta quedar inclusa finalmente en el ámbito castellano y Serrella desapareció.

 

III. Serrella: primeras fuentes.

 a) Los términos de Daroca.

  Nuestras noticias más antiguas acerca de Serrella son de mediados del siglo XII. En noviembre de 1142 aparece entre las fronteras asignadas idealmente a Daroca en el fuero otorgado por Ramón Berenguer IV:

 "Ego, comes Raymundus Barcilonensis et princeps Aragone... do illis istos terminos de Villafeliç ad Atea, a Cemballe, a Cubelo, a Cubellego, a Çafra, a Rodenas, a Sancta Maria, a Castiel Sauib, a Demuz, a Serreilla (codd. Seiriella, Serriella 26), ad Alpuent, a la Cirab, a Tor Alba, a Montan a Linares, a Rio de Martin, ad Vesa, a Fonte de Tosos, a Villa Nova, a Longares, a Consuelda, a Codo, a Miedes, istas prenominatas cum suis terminis" 27

Todos los lugares de esa lista siguen poblados, excepto Zafra (despoblado con castillo roquero en tierra de Molina) y Serrella. La última editora del fuero de Daroca observa que, en su mapa sobre el territorio darocense, Antonio Ubieto no "señala Serreilla, lugar que no hemos podido identificar, que lógicamente (...) ha de estar en la provincia de Valencia, en la que lo sitúa Rafael Esteban", aunque ella, en su mapa de estas demarcaciones, la coloca inadvertidamente en Santa Cruz de Moya 28.

 

b) Una geografía de al-Idrisi.

 Casi contemporáneo del amojonamiento de Daroca es el Uns al-Muhay wa Rawd al-Furay, texto geográfico escrito hacia 1160 por Muhammad al-Idrisi (1099-1164). Recientemente editado y poco usado hasta ahora, en la parte dedicada a España 29 amplía los datos de su famosa Nuzhat al-Mustaq (la manida Geografía del Nubiense), aportando gran cantidad de topónimos inéditos 30. Entre las rutas que describe incluye un itinerario entre Valencia y Albarracín:

 "De Valencia al castillo de Liria (Lariya) hay quince millas, al castillo de Chulilla (Yuliyya) hay veinticinco millas, al castillo de Domeño (Dumanyu) hay ocho millas, a la ciudad de Alpuente (al-Funt) hay ocho millas, al castillo de al-S.ral.h hay trece millas, al castillo de Ademuz (al-Dimas) hay diez millas, al castillo de Castielfabib (Qastiyal) hay doce millas, a la ciudad de Santa María [de Albarracín] (Santa Mariya) hay dieciocho millas. El total de esta ruta es de ciento diez millas." 31

 El grupo "al-Funt / al-S.ral.h / al-Dimas" es, en orden inverso, el mismo "Demuz / Serreilla / Alpuent" que registra el fuero de Daroca 32. Jassim Abid Mizal, el editor de la parte del Uns al-Muhay dedicada a España, sitúa el hisn al-S.ral.h en La Olmeda, aldea de Santa Cruz de Moya, basándose en las distancias aportadas por al-Idrisi y siguiendo la actual red de carreteras, aunque advierte que no dispone de documentación suficiente para la identificación de ambos topónimos. De hecho, en La Olmeda no hay restos de fortaleza islámica.

 

 c) Conquista de 1210.

Pedro II de Aragón tomó Serrella en su campaña de 1210 contra lo que después sería el Rincón de Ademuz y sus aledaños; el 13 de junio todavía aparece en Teruel y el 1 de julio está sitiando Castielfabib 33; el 26 agosto firma dos documentos, uno "en la toma de Castielfabib" y otro "en el ejército junto a Castielfabib, ya tomada" 34; el 6 de septiembre había vuelto a Teruel y el 19, en Villafeliz, concede Tortosa a los templarios en recompensa por su colaboración en la conquista de "Daymuz et Castellum Habib et castellum quod dicitur lo Corbo et castellum quod dicitur Serrella" 35. En octubre permuta sus rentas en Ascó por los derechos que tenían los templarios "in Deimus et Castello Habib et Corvo et Serrella eorumque terminis, Dei gracia per nos noviter a sarracenis ablatis" 36.

 Después hizo entrega a Jiménez de Rada de la(s) iglesia(s) y mezquita(s) de Serrella junto con las de El Cuervo y "Pinna de Jahya" (sic, en lectura de Almagro) por donación de abril de 1211 37 en la que le permite incorporarlas a la sede de Albarracín si así lo desea. Así pues, el arzobispo tenía directos intereses en Serrella ocho años antes de tomarla militarmente.

 El territorio, en delicada posición fronteriza, fue vaciado de musulmanes y repoblado con cristianos de acuerdo con el Anónimo de Copenhague, según el cual Pedro II, de los habitantes de "los castillos de Valencia", "a unos los llevó a su país y a otros los dejó ir a tierras de musulmanes" 38. Según un documento que Diago vio en el Archivo de la Bailía de Valencia en el siglo XVII, el 22 de septiembre del mismo 1210 el rey concedía en Perpiñán amplias franquicias para los que fuesen a poblar Ademuz 39; con independencia del error en la data (en esa fecha Pedro II seguía en Aragón), el documento muestra el interés por afianzar la conquista, y seguramente el ritmo repoblador continuó sin interrupciones incluso el año de la campaña de las Navas. Pero en 1213 Pedro II muere en Muret y el año siguiente debió de ser el apogeo del ciclo de malas cosechas, al igual que en Castilla, con la situación agravada además por la caótica minoría de edad del rey Jaime, nacido en 1208. Los castillos, pese a todo, permanecieron bajo dominio aragonés con excepción de Serrella, que volvió a manos musulmanas en una reacción valenciana hasta ahora no documentada pero deducible del hecho de que Rada la "arrancó del poder de los sarracenos" en 1219. Según las dos fuentes precedentes, Serrella, a medio camino entre Ademuz y Alpuente, era la más meridional (y la más expuesta) de las fortalezas tomadas por el rey aragonés.

 En noviembre de 1221 Serrella seguía en poder de Jiménez de Rada, pero cuando en septiembre de 1232 el arzobispo decreta la ordenación de la iglesia segobricense, no la menciona: "Por lo que respecta a las iglesias adquiridas recientemente tras la ordenación antes mencionada [del año 1200], es decir, las de Tormón, El Cuervo, Castiel, Ademuz, Vallanca y Santa Cruz..." 40. Como Serrella pertenecía a la segobricense y había sido adquirida después de 1200, debía, en principio, aparecer en este recuento de iglesias. Pero no vuelve a constar en documentos contemporáneos, ni posteriores: o quedó deshabitada o cambió de nombre.

 En su caso, podemos imaginarnos cómo los sucesivos cambios de manos en tan corto periodo de tiempo (con sus secuelas de deterioro y destrucción de infraestructuras), seguidos de pueblas apresuradas e incompletas, fueron minimizando progresivamente el potencial defensivo del enclave hasta hacer posible un golpe definitivo, tras el cual no se produjo una nueva repoblación.

 

IV. Buscando Serrella.

 La localización del despoblado de Serrella y los restos de su fortaleza sobre el terreno es una cuestión difícil, que plantea problemas inusuales. Al carácter excepcionalmente escarpado de la comarca y a la pérdida completa de la toponimia y la tradición oral (hecho nada raro para el caso de una población desaparecida en el siglo XIII), se une la gran densidad de fortificación de la comarca, la antigua línea defensiva del Turia. El sistema comprendía desde las grandes poblaciones amuralladas, caso de Alpuente o Castielfabib, hasta una tupidísima red de atalayas, almenaras y castilletes. Incluso aldeas y  caseríos disponían de obra militar en la mayor parte de las ocasiones. 

La fuente elemental para intentar la reducción es, lógicamente, la ruta del Uns al-Muhay, con lugares precisos y distancias entre ellos. Todos los hitos reseñados, con excepción del que nos interesa, se han conservado y son perfectamente identificables. Además se da el hecho de que son núcleos destacados, con un cierto peso específico. A diferencia de otras rutas descritas en el manuscrito, no hay alusiones a alquerías, ventas y fortificaciones de pequeña entidad. Tampoco son citadas determinadas poblaciones de importancia, como Chelva, quizás porque el camino no acertaba a pasar por ellas, aunque es perfectamente posible una omisión del geógrafo musulmán.

 Desafortunadamente, las distancias que aporta no son fiables, como se podrá comprobar ante un mapa. Si se acepta que las mediciones han de tener alguna correspondencia con la realidad (y que el geógrafo no las asignó tentativamente, v.g., a partir de una distancia global que más o menos conocía), entonces no podemos pensar en un patrón métrico único, sino en distintas longitudes de milla usadas de forma simultánea en la misma ruta, y aún así con todas las reservas 41. No es posible considerar las distancias a Serrella como algo válido, sino como un dato meramente indicativo, tendente a un punto medio entre ambas poblaciones, y eso contando con que los patrones de milla de los tramos hacia Ademuz y hacia Alpuente sean más o menos similares, ya que de lo contrario el castillo podría aproximarse sustancialmente a cualquera de sus dos vecinos.

El paso previo más consistente es establecer la red de caminos tradicionales entre Alpuente y Ademuz. Ello no resulta difícil ya que, utilizados hasta muy entrado este siglo, se han conservado en buena parte, y su trazado es todavía recordado por los habitantes de mayor edad de los municipios. Es significativo que las carreteras actuales no hayan podido diverger en exceso de las antiguas trochas, abocadas por la encrespada orografía, aunque hay algunos cambios considerables. También las vías pecuarias se superponen en buena parte de los recorridos, sencillamente porque no hay otra opción. El resultado puede verse en el mapa anexo. Tenemos dos posibles rutas entre Alpuente y Ademuz. La primera discurre por los términos de Titaguas y Aras y baja hacia el Turia y Santa Cruz, penetrando brevemente en la provincia de Cuenca antes de alcanzar Ademuz. La otra posibilidad arranca de Alpuente hacia el norte, comunicando las aldeas de la villa hasta Losilla. A partir de ahí busca Ademuz a través de los términos de Arcos de las Salinas y la Puebla de San Miguel. Los dos caminos se intercomunican sin dificultad entre Aras y Losilla 42.

 

Mapa general de zona

 

Ahora bien, la ruta por la Puebla de San Miguel, aunque algo más corta que el camino del Turia, es sin embargo mucho más accidentada, con unas dificultades brutales en su tramo medio. Durante buena parte de su recorrido sólo es apta para caballerías, sin trasiego de ejes. Es muy poco probable que la ruta de al-Idrisi pasase por allí, sobre todo existiendo una alternativa tan clara 43. Ello nos permitiría descartar ya algunos lugares, como el Castillo de la Cabeza del Moro y su desconocido despoblado, en la Puebla de San Miguel 44.

 

Cabeza del Moro I

Cabeza del Moro II

 

Por otro lado, el término de Santa Cruz debe ser también descartado a priori, si hacemos caso a la infeudación de 1221 que menciona a Santa Cruz y Serrella como lugares separados. No tenemos información sobre los límites del término de Santa Cruz en este momento (ni apenas sobre fluctuaciones de lindes posteriores) pero el margen de maniobra es escaso. Serrella debería estar antes o después del término de Santa Cruz, posibilidad que podíamos restringir atendiendo a que la única fortaleza conocida entre Santa Cruz y Ademuz es, todavía en la provincia de Cuenca, Barrachina, aparentemente sin el suficiente peso. Las posibilidades se limitan por tanto a dos amplias franjas a lo largo de los términos municipales de Alpuente, Titatuas y Aras, en la comarca valenciana de Los Serranos. 

Únicamente dos de las fortalezas del área ofrecen posibilidades de reducción: el llamado Castillo de la Muela, en Aras de Alpuente, y el Castillo de la Cabrera, en el vecino término municipal de Titaguas 45. La distancia entre uno y otro es de cuatro kilómetros.  Con un despoblado adosado de importancia, ambos puntos fuertes son candidatos aptos, sin que el actual estado de la cuestión permita decantarse por uno de ellos, aunque la ubicación de Serrella queda circunscrita a un área extraordinariamente concreta.

El Castillo de la Muela se ubica, de modo casi inverosimil (más de trescientos metros metros de desnivel sobre la vega de Aras), en un elevado espigón rocoso en lo alto de la Muela de Santa Catalina, de la que toma el nombre 46. Se trata de una fortificación de planta triangular, relativamente grande, con un despoblado anejo protegido por una muralla arrasada que presenta en su término medio lo que podría ser una puerta en bisel. Todo el enclave está cubierto, en su mitad occidental, por un pequeño despeñadero rocoso que hizo posible reducir al mínimo las obras de fortificación en este flanco. La superfice de la fortaleza excede los 600 m2, en tanto que la del despoblado suma algo menos de hectárea y media. No se identifica arrabal extramuros. El estado del conjunto es lamentable, debido a las continuas depredaciones, que han ido en aumento hasta nuestros mismos días 47. Los muros del castillo, los mejor conservados, no exceden los dos metros de altura.

 

Castillo de la Muela I

Castillo de la Muela II Castillo de la Muela III
Castillo de la Muela IV Castillo de la Muela V

       

Por el contrario el Castillo de la Cabrera, preservado por las dificultades de acceso, se ha conservado en un estado bastante aceptable. Mucho menos encumbrado que su vecino, su posición no es menos fuerte: un alcor de una sesentena de metros de altura tajado en más de la mitad de su perímetro, en tanto que en el resto desciende en una pendiente no demasiado acusada 48. La fortaleza consta de dos recintos concéntricos que se amoldan a la cima del cerro, de forma ligeramente elíptica. El mayor volumen de obra se concentra como es lógico en la porción accesible de la altura, que fue cubierta por un muro regrosado flanqueado por dos grandes torres cuadradas. En su conjunto, el castillo es mucho más extenso y potente que el de la Muela, aunque en cambio el despoblado a sus pies no parece haber estado protegido por ningún tipo de obra defensiva. Esto y lo enfoscado de la vegetación que cubre el lugar hacen muy difícil precisar sus limites. No obstante, todo el conjunto supera la hectárea de superficie.

 

Castillo de la Cabrera I

Castillo de la Cabrera II

 

 Ambos lugares presentan un buen número de puntos de contacto. La técnica constructiva de ambos es peculiar: un aparejo de bloques de piedra de tamaño irregular, colocados a hueso. La debilidad supuesta por la falta de trabazón se compensa con grosores de muro desmesurados (hasta cuatro metros). El alma de los muros se hace con cascote o con bloques en todo su espesor, según los lugares. En los puntos críticos, caso de torres, angulares y cimentación, las piezas pesentan tosca forma cuadrangular, casi nunca tallada, sino aprovechada de la estratificación de la caliza en la zona. Las dimensiones en estos casos llegan a ser casi ciclópeas. Tal tradición constructiva, extraña en fortificaciones medievales e insólita en el ámbito castellano, es sin embargo común a un buen número de fortalezas de la zona 49.

 La escasez de material cerámico es otro aspecto en común. Apenas se recogen muestras en superfice, y las que se reúnen son tan reducidas y toscas que no se puede deducir otra cosa que una adscripción medieval en sentido amplio, aunque en alguna de las piezas del castillo de la Muela una filiación almohade es plausible 50.

 El estado actual de la nuestros conocimientos ofrece un buen número de lagunas sobre la ordenación de la zona en la etapa medieval, sobre sobre todo en lo que se refiere a traslados de población (en este caso, Aras o Titaguas) o despoblados posteriores. Tampoco se puede excluir a priori un núcleo suplementario desconocido ocupado durante la etapa fronteriza; toda la documentación disponible apunta hacia un fuerte despoblamiento de las comarcas inmediatas al Turia durante la primera mitad del siglo XIII, tanto por la inestabilidad continua como el avance de las conquistas castellana y aragonesa hacia zonas más atractivas. Esfuerzos regios y nobiliarios intentaron consolidar una mínima base demográfica a lo largo de todo el siglo, aunque una serie de núcleos debieron quedar definitivamente arruinados o sólo fueron repoblados tras largos años de abandono 51.  

 La noticia más antigua sobre Aras y Titaguas parece ser de 1240 52. En este año el rey Jaime las sujeta a Alpuente junto con La Yesa en una reordenación de la zona tras la anexión completa de la plaza 53. Ambas figuran en condición de aldeas, sin parroquia, por lo que es razonable pensar en la dependencia de un núcleo mayor anterior. Tanto el castillo de la Muela como el de la Cabrera son enclaves sólo concebibles desde un punto de vista militar, con muy escasas posibilidades agrícolas y aislados de las vegas de Aras y Titaguas, de las que debían abastecerse sin duda. No es extraño que pasados los turbulentos años de frontera las pequeñas aldeas tendiesen a heredar progresivamente el peso específico sobre la zona, cuanto más si mediaron hechos armados, cebados en los hitos defensivos.    

La reducción de Serrella al área de Aras y Titaguas permite encajar razonablemente bien las piezas de rompecabezas que suponen las fuentes documentales de diversa procedencia acerca de la población. Una Serrella en la zona está perfectamente sobre las rutas entre Alpuente y Ademuz, haciendo además indeferente que se tome la ruta del Turia por Santa Cruz o la ruta de la Puebla de San Miguel por las estribaciones de Javalambre. Las distancias miliarias que arrojaría con respecto a la ruta de al-Idrisi no serían más discordantes y peregrinas que otras del mismo itinerario y, en el caso de Aras, arrojaría un patrón de milla bastante aceptable. Inmediata al Rincón de Ademuz, su localización encaja en la campaña aragonesa de 1210, con una conquista lineal El Cuervo - Castielfabib - Ademuz - Serrella dentro de un territorio limitado, apto para una campaña de verano de corta duración y que no excluye la hipotética penetración castellana simultánea hacia el Turia por su ribera occidental. Por otro lado, la pequeñez de los enclaves en Aras y Titaguas y su escasa capacidad defensiva encajan con la documentación aragonesa, que describe implicitamente a Serrela como lugar menor, frente a Ademuz y Castielfabib: "et castellum quod dicitur Serrella". El espacio geográfico, ya sea en Aras, Titaguas o incluso la propia Puebla de San Miguel, muestra una desestructuración a partir de los años cruciales 1221 - 1232 (hasta 1240 para Aras y Titaguas,  y hasta principios del siglo XIV para la Puebla) que permiten muy bien especular sobre la desaparición de una o incluso varias poblaciones en el área.

En lo referente a la cruzada de 1219, Rada entró a Valencia forzosamente por Ademuz, ya que es el único lugar de la "parte de Aragón" que le permitiría dirigirse a Requena evitando el Javalambre y rodeando la tierra de Moya. La expedición tuvo que descender, siempre eludiendo Castilla, hasta Santa Cruz, que fue la primera conquista a moros. De ahí, la toma de la inmediata Serrella es algo lógico, sobre todo si se optó por el camino hacia Alpuente, para luego dirigirse al sur atravesando los vados de Azagra (¿denominación significativa?) o Benagéber. Incluso si la cruzada optó por seguir el lado occidental del Turia rozando tierra moyana 54, Rada pudo demorarse o destacar un contingente para recuperar una población en la que ya había tenido intereses desde 1210 hasta su vuelta a manos valencianas. Finalmente, la cercanía a la poderosa fortaleza musulmana de Alpuente, dotada de una fuerte guarnición regular, podría explicar la pérdida aragonesa de 1210-1219 y la de Gil Garcés de 1221-1232 incluso sin otra teoría que la habitual inestabilidad fronteriza y la debilidad coyuntural del enclave en ambos periodos. Tanto si la toma de Serrella a Garcés fue decidida desde Valencia o se limitó a una operación local de los moros alpontinos, es perfectamente lógico que los musulmanes no repoblasen el enclave, con castellanos y aragoneses ya sólidamente instalados a escasos kilómetros, con la frontera y el camino a Valencia asegurados con Alpuente y con el proceso de disgregación progresiva del reino valenciano que lo sumiría a partir de 1229 en el caos y la desmembración. Cuando Alpuente fue finalmente anexionada por Jaime I, los intentos del rey conquintador se dirigieron a que la población en sí no quedase semiabandonada, y esto ya debió ser empeño suficientemente arduo como para pensar en lugares menores. El tiempo y la recuperación de la actividad económica tras el periodo fronterizo marcarían un nuevo marco geográfico y espacial de la comarca, donde el enclave militar sería en buena parte sustituido por la aldea agrícola y ganadera, y donde Serrella se desvaneció definitivamente. 

     

V. Gil Garcés de Azagra

 Gil Garcés de Azagra, caballero de raíces navarras y teniente en nombre del arzobispo Rada, es un personaje que sorprende por estar imbricado en un tupido entramado de relaciones familiares con fuerte presencia en todos los lados de las fronteras de Castilla, Aragón y Navarra, junto con el Señorío de Albarracín, con acceso a los círculos de poder político y sólidos contactos eclesiásticos, circunstancias todas de las que supo servirse a lo largo de su vida, desenvolviéndose con soltura en ámbitos muy diferentes y centrándose progresivamente en el ámbito fronterizo valenciano, en el que tuvo importantes intereses y asumió fuertes riesgos que al final de su vida le supusieron desastres y acaso cuantiosas deudas. Como capitán de frontera es un ejemplo paradigmático, aunque menos conocido que otros personajes, como Blasco de Alagón o el propio Pedro Fernández de Azagra, que medraron e hicieron fama a costa de la descomposición del reino musulmán de Valencia. 

 Fue uno de los hijos del matrimonio formado por García Ruiz de Azagra, hermano de los dos primeros señores de Albarracín, y Teresa de Hinojosa (o de Hinestrillas), hija del ricohombre castellano Miguel Muñoz de Hinojosa y de Sancha de Hinestrillas, hija a su vez de Estefanía Armengol de Urgel y hermana del fundador de la orden de Santiago 55.

 Debió de nacer en la década de 1170 - 1180; como hijo de Teresa recibió en 1185 su parte en Deza junto con el obispo y abad de Huerta, su tío Martín de Hinojosa, que alcanzó los altares 56. Era hermano del obispo Rodrigo de Sigüenza y primo hermano materno de Rodrigo Jiménez de Rada 57. Del documento de infeudación de 1221 parece deducirse que la razón de parentesco fue importante en la elección de Garcés. Casó con Toda Ladrón, hija del alférez de Pedro II. El testamento de ésta evidencia que Garcés heredó de su madre Hinestrillas, en la Rioja 58, y gobernó Mora (de Rubielos), antiguo dominio de su suegro el alférez de Aragón. Mora, populosa y bien fortificada ya en el siglo XIII, debió de constituirse en su principal base de operaciones. Tal vez testó en 1201 su entierro en el monasterio de Huerta 59, lugar muy ligado a su familia materna, pero fue sepultado en la iglesia santiaguista de San Marcos de Teruel.

 Desde julio de 1202 hasta diciembre de 1204 confirma diplomas de Alfonso VIII; luego sólo aparece en uno de 1206 60. En 1211 testifica junto a su primo, el señor de Albarracín Pedro Fernández de Azagra, que acude a la corte castellana en cumplimiento de una cláusula testamentaria paterna 61; desde entonces su presencia sólo consta en documentos de Albarracín (dos) y sobre todo aragoneses, salvo la infeudación en Toledo. En noviembre de 1212 asiste a los esponsales de Constanza, hija de Pedro II 62, rey de quien había recibido la tenencia de varios castillos en la frontera musulmana; en noviembre de 1213, en Tudela, confirma un acuerdo de Pedro Fernández con Sancho el Fuerte 63; en 1214 jura fidelidad al rey niño Jaime I entre los nobles aragoneses 64. En 1217 su reclamación de indemnizaciones por haber mantenido los castillos de frontera llega hasta el Papa, quien probablemente aconsejado por Rada o por Rodrigo de Sigüenza pide que se le compense por los gastos o, mejor, que se le mantenga en los castillos, que el obispo Sancho de Zaragoza pretendía quitarle; el propio Gil Garcés planteó el problema ante Honorio III en Letrán: "Ad aures nostras nobilis vir Egidius de Zagra significante pervenit..." 65. En julio de 1221 estaba en Daroca en la corte de Jaime I 66; tras la infeudación en Toledo 67 reaparece en el sitio de Peñíscola de 1225 68, primer momento en que se nos muestra luchando contra los moros de Valencia con los que lindaban Santa Cruz, Mira y Serrella. En 1226 confirma un amparo de Jaime I a la orden de Santiago 69; en agosto de 1228 confirma en Lérida como destacado freire santiaguista 70. En esta época, a juzgar por el presente documento y el anterior, Garcés, sobrino nieto del fundador, es el principal santiaguista de la Corona de Aragón.

 En algún momento entre septiembre de 1227 y enero de 1229 el ejército de Abuceit atacó Bejís, fortaleza sobre la vega del Palancia, no lejana a Alpuente, que en el documento musulmán que describe el hecho se nos muestra bajo el control de Gil Garcés: "Jil G.r.si.s" 71; el suceso fue relatado con detalle por Ibn Amira, secretario del gobernador valenciano, en una magnífica carta remitida al sultán almohade 72. Bejís fue cercada, asaltada y tomada 73; no consta que Garcés estuviese dentro de la fortaleza en ese momento.

 Un Gil Garcés es el beneficiario en 1235 de una donación regia en Burriana 74; se trata tal vez de nuestro personaje o de su hijo y heredero, del mismo nombre. En cualquier caso el primer Gil Garcés de Azagra ya había muerto en 1238, cuando su viuda Toda Ladrón testa teniendo como albaceas a su propio hermano don Ladrón y al rey Jaime durante el sitio de Valencia 75. El testamento menciona, junto al heredero varón Gil Garcés, a una hija, María Gil, y una nieta, Elvira Gil, a las que Toda asigna una dote para que ingresen en el monasterio de Sigena. Madre destinada al claustro, María Gil es tal vez el modelo remoto de la hija del "Gil García de Çagra" a la que el ejemplo XLIIII de El Conde Lucanor hace esposa de cierto conde Rodrigo el Franco:

 "Señor conde -dixo Patronio-, el conde don Rodrigo el Franco fue casado con una dueña, fija de don Gil Garcia de Çagra, et fue muy buena dueña, et el conde, su marido, asacol' falso testimonio. Et ella, quexandose desto, fizo su oraçion a Dios que si ella era culpada, que Dios mostrasse su miraglo en ella; et si el marido le assacara falso testimonio, que lo mostrasse en el. Et luego que la oracion fue acabada, por el miraglo de Dios, engafezio el conde su marido, et ella partiose del. Et luego que fueron partidos, envio el rey de Navarra sus mandaderos a la dueña, et caso con ella, et fue reina de Navarra. El conde, seyendo gafo, et veyendo que non podia guaresçer, fuesse para la Tierra Sancta para morir alla" 76.

 El perfil biográfico de Gil Garcés repite en parte los rasgos que dieron fama a sus parientes de Albarracín: una fácil basculación entre Aragón y Castilla con persistencia de los vínculos navarros y proyección hacia tierras musulmanas. Pero Garcés, a diferencia de sus parientes, sostiene puestos avanzados de frontera (Mira, Serrella, Bejís...) de escasa entidad defensiva y poco imbricados en unas retaguardias que apenas cuentan con motivos para mostrarse solidarias en la defensa de sus posiciones. Esta constante y la nota santiaguista traen al recuerdo el espíritu cruzado de los primeros defensores de Calatrava y Cáceres. De los Azagra de Albarracín le separan, sobre todo, el origen y la calidad de sus respectivos señoríos: donación de un rey musulmán en un caso, feudo de un arzobispo cruzado en el otro; señorío autónomo frente a estrecha dependencia feudal; territorio cohesionado en uno, dispersión territorial en otro.

 

VI. Final de Serrella.

 Hoy por hoy, sólo a través de fuentes indirectas o poco concluyentes podemos aproximarnos a la realidad de la extinción de Serrella, o al final de su control por Gil Garcés de Azagra. Más arriba hemos constatado la última aparición de la fortaleza en nuestras fuentes documentales el 30 de noviembre de 1221 77. El marco político en esta época de la historia valenciana sigue presentando numerosas sombras. Buen número de claves para entender la situación política en Valencia durante el período que nos ocupa se halla en las cartas de Ibn Amira, que fue sucesivamente secretario del padre de Abuceit, de Abuceit y de Zayyan b. Mardanis. En ellas, además de la toma de Bejís, se describen intrigas de Blasco de Alagón en la corte valenciana, diversos ataques a castillos de frontera o un acuerdo entre Zayyan y el señor de Albarracín. Desgraciadamente, las cartas de Ibn Amira no han sido suficientemente usadas en su conexión con la historiografía de los reinos cristianos 78. Con todo, el episodio de Bejís nos presenta a Gil Garcés en abierto conflicto con Abuceit dentro de un margen de tiempo de quince meses (IX-1127/I-1229) que todavía podríamos quizás reducir atendiendo a cierta noticia de la Crónica Latina de los Reyes de Castilla, según la cual, hacia 1228, Abuceit negociaba con Roma a través de mensajeros secretos su conversión al cristianismo 79. Por otro lado, cualquier aproximación a las relaciones de Garcés con los musulmanes valencianos ha de hacerse partiendo del hecho de que las actividades de Garcés obedecen a los intereses del arzobispo de Toledo, conforme a las cláusulas de infeudación de 1221. Por tanto, ni el confuso acuerdo entre Jaime I y Abuceit de 1225 ó 1226 ni el que en abril de 1229 signaron los mismos personajes, limitan necesariamente las iniciativas militares de Gil Garcés contra Valencia o las que pudiesen tomar sus enemigos contra él y sus castillos.

 Abid Mizal reseña un texto que él vincula con al-S.ral.h, el mismo castillo que nosotros hemos reducido a Serrella. Se trata de un poema del cadí valenciano Abu Bakr Muhammad b. Muhriz al-Zuhri (1174-1255) 80 que describe la conquista de cierto castillo, llamado S.zal.h, según señala Ibn al-Abbar, el gran literato almohade, al presentar el poema en una antología 81 con un introito que reza así:

 "Abu Bakr Muhammad b. Muhammad b. Muhriz al-Zuhri, el cadí, del pueblo de Valencia, de los sabios, de los principales de su pueblo. Decía en una poesía describiendo la algara contra Santa María y la conquista de la fortaleza S.zal.h después de la traición de los cristianos y su ataque a la vega de al-Mil, de la jurisdicción de Valencia: [aquí comienza el poema]".

 Abid Mizal identifica el hisn S.zal.h con el hisn al-S.ral.h 82, y ciertamente la diferencia entre las grafías de rá  (    ) y zsáy (   ) es mínima; también la distancia fonética entre sin (    ) y shin (   ) es escasa 83. El suceso no está fechado y no consta el nombre del guerrero triunfante celebrado en el poema. Tampoco hay  precisión histórica de ningún tipo en el texto:

"Que ataque aquél que siente la injusticia,
y que se levante con orgullo aquél que sufre heridas.
Saliste al encuentro dolido, y delante tuyo se derretían
las duras y recias rocas.
Les prestaste oídos mientras los demás hicieron oídos sordos,
los espantaste como el león a los lobos fieros,
que atacan tu árbol brincando, llenos de heridas.
Caminaste con el nombre de Dios, empujado por el deber divino.
Te hubiera bastado con Él;
no hubieras necesitado soldados con la alegría de los vencedores,
como si fueras a una cita inequívoca con la victoria.
Te llamaron la atención los llantos de las madres
que han perdido a sus hijos en la zona fronteriza.
Entonces tú te derramaste como un mar a sus lados."   

    (Traducción de Gamal Saleh Abd Ou)

                               

                  En el caso de que S.zal.h sea Serrella, el suceso relatado por al-Zuhri pudo suponer el final del dominio de la población por Jiménez de Rada y Gil Garcés, y su extinción definitiva. También podría tratarse de la pérdida del castillo por los aragoneses antes de la cruzada de 1219: en el actual estado de la cuestión, las precisiones de Ibn al-Abbar en su presentación del poema no son concluyentes para la datación de los hechos. La mención a los cristianos de Santa María (Albarracín), señorío de Pedro Fernández de Azagra, no excluye la implicación de Gil Garcés, aunque la cercanía entre los dos primos Azagra sólo esté bien atestiguada entre 1211 y 1214. También hay que tener en cuenta que la maniobra puede apuntar a Rada, no necesariamente a Garcés, que se vería sin embargo obligado a secundarla con riesgo para sus débiles posiciones. Precisamente la legación de Cruzada del arzobispo finaliza en 1228, con lo cual se agota el cómodo margen de maniobra política que había disfrutado durante una década y que había desembocado en el desastre de Requena. La biografía de Pedro Fernández por Almagro no registra acontecimientos hostiles entre Albarracín y Valencia en estos años, aunque la documentación es escasa y el margen muy holgado 84. La vega de al-Mil ("del Mijo") atacada por los cristianos ("lobos fieros" a los que espanta el "león" del poema) es quizás el valle del Mijares, escenario habitual de cabalgadas del concejo turolense y de la gente de Albarracín e inmediato a Mora de Rubielos, aunque no sabemos si éste podría ser considerado en estos años como parte de la "jurisdicción de Valencia". La "traición de los cristianos" sería la infracción de un acuerdo o tregua por parte del señor de Albarracín, acto en el que entonces se verían implicados en alguna forma Gil Garcés o Rada, provocando uno o varios ataques contra sus fortalezas; si con ello se aludiera a una ruptura del tratado de paz entre Pedro Fernández y Zayyan, los sucesos narrados serían posteriores a enero de 1229, cuando Zayyan expulsa de Valencia a Abuceit.

  

VII. Gil Garcés II.

 En su testamento, Toda Ladrón legó a Gil Garcés II todas las tierras familiares, pero de momento los dominios castellanos y navarros quedaron encomendados a Jiménez de Rada hasta liquidar las deudas del padre fallecido, y los aragoneses a Jaime I con igual objeto 85. Gil se beneficia ampliamente del repartimiento de Valencia 86; confirma documentos aragoneses en 1242, 1249 y 1251 87; en 1252 consta como señor de Mira 88 y lleva a cabo un nuevo repartimiento o puebla de Moya por encargo de Alfonso X:

 "El Rey D. Alonso el Sabio era de 1290 que fue Año 1252 dio sus poderes en bastante forma a D. Gil Garces de Acagra para que poblasse esta tierra repartiesse los heredamientos della y los adehessase y pusiesse penas y assi el dicho año hizo unos repartimientos a diversas gentes... "

El repartimiento fue confirmado por el rey en 1257 89; en 1258 compra Gavá y Viladecans, en Cataluña, y en 1260 recibe Perpuchent de Jaime I 90; en 1263 Alfonso X le comisiona para deslindar la frontera entre Castilla y Aragón 91; en 1265 comanda con el merino mayor de Castilla el ataque por tierra a Cartagena 92; desde entonces confirma con regularidad documentos de Alfonso X 93; en enero de 1269, en tierras de Cuenca, en el séquito de Alfonso X que acompañaba a Jaime I, dijo a éste "que iria ab nos [a las Cruzadas] ab quant ell poria haver", pero ni él ni el maestre de Santiago "no.ns ho ateneren" 94. Ese mismo año consta como señor de Mora 95. En 1272 organiza uno de los repartimientos de Murcia 96, actúa como mayordomo real en un pacto con Navarra 97 y representa a la "parte del rey" en las cortes de Burgos 98; seguramente fue mayordomo de Alfonso X por el joven infante Fernando desde 1266 99.

 A finales de 1272 su nombre desaparece de los diplomas castellanos. En junio de 1273 sus albaceas aragoneses empiezan a vender sus tierras porque había muerto sin descendientes legítimos y había dispuesto liquidar sus castillos y propiedades para saldar sus deudas materiales y morales. Las ventas (Mora, Perpuchent) y pleitos que surgieron ocasionan una abundante documentación aragonesa 100 cuyo paralelo castellano apenas hemos encontrado 101; Mira pasó en algún momento a realengo y Santa Cruz, si aun era de Garcés o de la sede toledana por entonces 102, debió de  venderse a los vecinos de Moya, que en el siglo XVI eran dueños de la mayor parte de sus heredamientos 103; todavía en el siglo XVIII Cavanilles observó que los habitantes de Santa Cruz no poseían las tierras del término 104, y la situación se ha perpetuado en el tiempo ha hasta los años de 1960, en que comenzó un proceso de adquisición de terrenos que ha dado un vuelco a ese estado de cosas.

 La incorporación de Santa Cruz proporcionó al reino de Castilla la llave para el control del comercio maderero hacia Valencia por el río Turia. Santa Cruz es el único municipio castellano sobre el Turia; el archivo municipal de Moya conservaba en el siglo XVIII una carta de Juan de Navarra (Juan II de Aragón) "en que se pide a esta villa que dexe pasar la madera aragonesa por el paso de Santa Cruz" 105. Por otra  parte, la inclusión de Santa Cruz en Castilla, la adjudicación de Arcos a Teruel (1269) y la opción de Castielfabib por los fueros de Valencia (1273) originaron la creación del peculiar enclave valenciano que es el Rincón de Ademuz 106.

En Gil Garcés II perviven todavía el espíritu cruzado de su padre -explícito en la promesa de 1269 a Jaime I- y las vastas conexiones con los tres reinos de Castilla, Aragón y Navarra; sobresale su condición de diplomático y administrador que le consagra como mayordomo real, conductor de repartimientos, árbitro en litigios fronterizos, etc. Incluso su única intervención bélica conocida, la del ataque a Cartagena que parece abrirle el paso a los círculos más elevados de la corte castellana, podría estar relacionada con la movilización de tropas y la intendencia más que con el mando en campaña, misión ésta que debió de competer más bien al merino mayor, como era costumbre. Señor de lugares en Navarra, Castilla (Hinestrillas, Mira, quizás Santa Cruz), Aragón (Mora, propiedades en Barbastro, quizás Valacloche), Cataluña (Gavá y Viladecans), Valencia (Perpuchent y propiedades en Ruzafa y otros barrios de Valencia) y Murcia (Ceutí, y bienes en Murcia y Cartagena), Gil Garcés II, más aun que su padre, es un caso extremo de esos caballeros de frontera (los otros Azagra, los Albornoz más tarde) que en la cordillera ibérica contribuyeron a establecer lazos entre los reinos de Castilla y Aragón, con mayor éxito que esos otros linajes (Aguilar do Vinhal, Meneses de Alburquerque, los primeros Pacheco) que intentaron otro tanto a propósito de las fronteras occidentales de la península.

 

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